Ya desde bien chica me gustaba pensar que Violeta se marchó de este mundo para dejarme su hueco. Quiso la casualidad, y mi vieja , sobre todo, traerme a esta vida el mismo día y a la misma hora que ella decidió abandonarla. Pero no fue esa coincidencia, ni el hecho de que después me pusieran de nombre Violeta, en su honor, o que ella se apellidara Parra, que era donde yo siempre estaba, ni que, a la que tuve tacto para distinguir las cuerdas de una guitarra, y maña para afinar un poquito las de mi garganta, me lanzara a las calles de Lautaro a cantar sus canciones y a darle, con sus versos, las gracias a la vida. No, es verdad que son muchas casualidades, aunque no suficientes razones para sentirme dueña de su espacio. Hoy, aquí, todas sabemos quién fue ella y lo que hizo con aquella grabadora y su charango, lo que dejó por hacer con los pinceles y la pluma y, como no, lo que no le dejaron hacer por mucho que apretara y levantara el puño....
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