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EL SALTO DEL ÁNGEL

 

    

    

Batas-man se sentía abrumado por las circunstancias. Desde la azotea del edificio más alto de la ciudad de Gotham City, encaramado sobre una gárgola vierteaguas con forma de cabeza de dragón, contemplaba abatido cómo el último de los gothanianos corría a refugiarse en su portal, igual que un temeroso cervatillo perseguido por el alarmante eco de los avisos del toque de queda. «Otra noche sin trabajo», se dijo, cuando empezaron a caer los primeros copos de nieve de la que sería sin duda, como vaticinaron los hombres del tiempo y los estadistas, la Navidad más blanca y triste de este siglo.  

       Pero a Batas-man lo que realmente le angustiaba era la sensación de impotencia que aquella insólita oleada de desgracias le obligaba a soportar a diario, y que, en esas festivas vísperas, amenazaba con crecer peligrosamente a medida que la población necesitaba más amor y compañía. Su sentido “batasensible” no dejaba de detectar niveles de dolor y sufrimiento insoportables allá donde él se hallara, y ninguno de sus poderes, por más que lo intentaba, servía para luchar contra los malvados enemigos invisibles. El caos se aproximaba inexorable, como la propia nevada, a la metrópoli de Gotham City.

       Resignado, decidió regresar a su bata-guarida y tratar de descansar unas horas alejado del azote del diablo. Una vez se incorporó, dio dos cortos pasos hasta situarse en el borde del hocico de la cabeza del dragón, que utilizó de trampolín una vez más para saltar al vacío sin pensarlo, efectuando en el aire un impecable tirabuzón. Aunque en esta ocasión, seguramente afectado por la maldita zozobra, no calculó con precisión el siguiente movimiento ritual, y, por unos centímetros, sus “dedatentáculos” no lograron asirse al cable de costumbre. Error que le hizo caer a plomo atravesando cual meteorito el enorme árbol navideño instalado en la plaza mayor, hasta estrellarse en el pavimento junto a su tronco, dónde quedó fracturado, medio abierto y olvidado, como si fuera un desafortunado regalo de Santa Claus.

 

        «Lo siento, nena. Estoy muy lejos de ser el superhéroe de tus sueños». Fue lo primero que le dijo Batas-man a Guts-woman, su chica, cuando abrió los ojos y vio su bello y sereno rostro frente a él.

—Tranquilo cariño, descansa. Ya estás en tu verdadera casa —le susurró Guts-woman, antes de abandonar la habitación del hospital.


#unaNavidaddiferente

 

 

                                                              

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